Esta historia está basada en el testimonio de Natividad Ychu y su esposa Cristina Moye, con un aporte de su hijo Adán Ychu, y su enfoque es la vida y ministerio de Natividad. En esta historia vemos que en realidad no solamente Natividad, sino varios miembros de su familia han sido actores claves en sembrar el evangelio entre su pueblo trinitario y en el Beni. Hace falta escribir más sobre las vidas de estas personas también.

 

En los tiempos antiguos, el pueblo trinitario habitaba las orillas del río Mamoré y los ríos cerca de la ciudad de Trinidad, en el Beni, Bolivia. Los padres de Natividad nacieron en algún lugar por esa región, pero a una edad temprana mucha gente empezó a migrar más al oeste, escapándose de la violencia brutal de los caucheros y en búsqueda de la Loma Santa, la tierra de abundancia donde todos podrían vivir en paz. Así es como los trinitarios hoy en día llegaron a poblar la región donde están ahora y como Natividad nació en 1933 cerca del pueblo de San Lorenzo.

Su madre tenía 6 hijos con su primer esposo, quien murió en la guerra del Chaco. Después vino Natividad y otros hermanos más. Cuando Nati salió de su comunidad para ir al cuartel, todavía no había llegado nadie con la palabra del evangelio. Después de que salió del cuartel, pasó unos años buscando ganarse la vida. En ese tiempo conoció a Cristina, cuyos padres estaban subiendo el Río Sécure en busca de la Loma Santa.

Cristina pasó su niñez en el río Mamoré acompañando a sus padres en su chaco donde cultivaban café y cacao además de su comida diaria. A los 8 años de edad tuvo su primer encuentro con unos misioneros que visitaron su casa. Ellos iban de casa en casa por el río distribuyendo libros del Nuevo Testamento, pero nadie les hizo caso como no sabían leer ni de qué se trataba el libro. Unos años después vio una película evangelística en Trinidad, pero su mamá le dijo que no sirvió para nada.

Un tiempo después de haberle conocido a Natividad, los padres de Cristina decidieron que ella debe casarse con él. Después de unirse a él Cristina le convenció a Nati que debe volver a su comunidad natal, así que volvieron juntos a San Lorenzo. Cuando llegaron, Esteban Ychu, primo de Natividad, estaba ahí predicando el evangelio de Jesucristo que había escuchado de un misionero en Montegrande, donde trabajaba de peón en una estancia. Esteban, al escuchar el mensaje, lo aceptó y luego viajó a Cochabamba para aprender más de los misioneros. Después decidió ir a San Lorenzo para compartir el mensaje con su familia. Esteban luego trajo al misionero, Horacio Snyder, a vivir con él y aprender el idioma. Una vez que aprendió, Horacio empezó a enseñar también.

Natividad estaba un poco confundido por este nuevo mensaje, pues fue bautizado en la iglesia católica cuando era bebé y pensaba que por eso ya tenía la salvación. Le costó unos tres o cuatro años escuchando a su primo antes de que Natividad empezó a escuchar con más atención. El mensaje de Jesús fue atractivo, pero, como muchos en la comunidad, luchaba con dudas. “¿Qué van a decir mi familia y mis amigos?” Pero al final la atracción del evangelio le ganó.

Poco después, en 1964, Esteban invitó a Natividad a acompañarle a Trinidad para recibir capacitación y en 1965 fueron a un congreso pastoral en Cochabamba. Después de estas experiencias Natividad volvió a San Lorenzo listo para servir como un líder en la pequeña iglesia local. La iglesia al principio creció por la familia de Nati y Esteban. Otro primo, Ángel Ychu, también se convirtió y vino a vivir en San Lorenzo para servir en la obra.

Empezaron tocando puertas, de casa a casa, compartiendo el mensaje del evangelio. El grupo se reunía cada domingo en diferentes espacios abiertos en la comunidad. Cambiaron de lugar cada semana para que todos los vecinos tuvieran la oportunidad de escuchar la alabanza y el mensaje. Muchos rechazaron el mensaje que predicaban, pero nunca hubo violencia o persecución del nuevo grupo de creyentes, así que seguían en su trabajo de compartir el mensaje con sus vecinos. Muchos vecinos miraron al culto desde afuera y se preguntaron, ¿A quién están adorando?, porque no vieron ningún símbolo ni imagen como fue su costumbre en la adoración de los íconos y santos católicos. Muchos no querían aceptar el evangelio por miedo a cómo afectaría sus relaciones con familia y vecinos. De hecho, hasta hoy en día Pastor Nati cree que la mayoría de las personas en su comunidad han escuchado y entendido el evangelio de Jesús pero no toman el paso de creerlo por miedo de lo que van a pensar sus parientes y vecinos.

En esa época, un vecino, Agustín Saavedra, construyó una casa muy grande y largo. Ángel era su cuñado y entonces ofreció comprar la casa de Agustín. Aceptó y esa casa se convirtió en el primer edificio para la iglesia. La familia de Natividad se trasladó para vivir en la casa y ayudar la iglesia. Sin embargo, cerca de 1970 la casa ya estaba en ruinas y la iglesia volvió a andar de un lado a otro cada domingo.

Entonces dos hermanos, Ángel Moye y Jose Luna (un paceño quien fue compañero de Natividad en el cuartel y después vino a vivir en San Lorenzo), decidieron que la iglesia necesitaba construir su propio edificio. Animaron a los demás hermanos a hacer adobes. Cada uno juntaba los materiales que pudo para los ladrillos de adobe y para hacer bancos. Natividad, un carpintero, hizo los bancos. Ángel buscó a un misionero quien envió calaminas para el techo. Y así juntos lo construyeron.

Mientras tanto estaba viviendo entre ellos Guillermo Gil, un misionero norteamericano que estaba aprendiendo el idioma y traduciendo el nuevo testamento con la ayuda de Natividad, su hermano Feliciano, Esteban, otro primo Joaquín, y Román Noza.

Además del trabajo de traducción y la iglesia en San Lorenzo, Natividad y otros hermanos se dedicaron a visitar familias en el campo y otros pueblos para discipular y evangelizar. Fue muy difícil el trabajo considerando el aislamiento de muchas familias y comunidades y la dificultad para visitarlas. Una vez caminaron más de un mes por el monte visitando a diferentes familias. Nunca llegaron a volver a muchos de esos lugares. Hoy en día la gran mayoría de las comunidades y familias están asentados cerca del camino y aunque es un poco más fácil visitar faltan hermanos dedicados a ese trabajo de visitar esos lugares.

Durante uno de esos viajes cuando Natividad estuvo varias semanas fuera de la casa, Cristina fue a ayudar en la cocina de los misioneros, pues necesitaba ganar algo para sostener a sus dos hijos pequeños. Ya había escuchado el evangelio por el trabajo de su esposo y sus parientes además de escucharlo por el misionero José Snyder quien vivió con ellos un tiempo. Pero no lo entendía muy bien y además la gente del pueblo decía que so servía y que los misioneros eran diablos. Ella, escuchando sus predicas y los coros que cantaban, cuestionaba las críticas de la gente porque no escuchó a nadie hablar del diablo. Pero en ese tiempo en la casa de los misioneros los himnos que tocaron en su vitriola la cambiaron, especialmente un himno que le captó. Cuando Natividad volvió con los misioneros, ella había aceptado el evangelio y empezó desde ese tiempo a apoyar más a la obra de su esposo y la iglesia.

Mientras tanto, la iglesia no tenía agua. Hizo la vida muy difícil para Natividad y su familia que vivieron en la iglesia. Un vecino no creyente al lado de la iglesia sí tenía agua de una noria, pero no lo compartió con la iglesia. Sin embargo, un día el vecino se acercó a Nati y le propuso vender su propiedad a la iglesia. Los miembros juntos decidieron vender sus vacas para poder comprar la propiedad y así consiguieron agua para la iglesia y una casa donde Nati y su familia podía vivir al lado de la iglesia.

Un día el sacerdote católico vino a San Lorenzo para visitar y hacer una misa. Cuando vio el crecimiento de la iglesia evangélica y su influencia en la comunidad, se asustó y mandó a seis monjas a vivir en la comunidad. La asistencia a la iglesia empezó entonces a bajar porque las monjas instruían a los pobladores que no debieran ir a la iglesia evangélica.

El aislamiento de la comunidad también tenía su efecto y nunca recibieron mucho apoyo de iglesias bolivianas. De hecho, muchas veces Natividad y sus otros parientes en la obra fueron víctimas del racismo de la sociedad, aun de sus hermanos y hermanas en la fe. Cuando los misioneros los llevaban a eventos en Santa Cruz, los pastores cruceños decían que no querían asociarse con los “bárbaros” de la selva. Esa actitud y la dificultad de acceder su comunidad les dejó con poco apoyo de afuera que no fue de los misioneros.

También con el paso del tiempo los primeros creyentes, quienes eran mayormente gente mayor, fueron muriéndose y los hijos de los creyentes crecieron y muchos empezaron a migrar a la ciudad. Los otros líderes de la iglesia también se fueron uno por uno. Esteban, quien había vuelto a cuidar ganado en Montegrande, se enfermó y se murió. Ángel Ychu también volvió a su pueblo de Montegrande (varios de sus hijos son pastores hoy en día). Ángel Moye y Feliciano se quedaron un poco más tiempo pero eventualmente también salieron a la ciudad de Trinidad (Ahí Feliciano fundó la iglesia Betel con la ayuda de un misionero quien compró el terreno para el edificio. Feliciano subió el Río Sécure para talar árboles para la construcción). Y así Natividad y Cristina con sus hijos se quedaron en San Lorenzo con la iglesia.

Años pasaron así con solo ellos apoyando la obra de la iglesia en San Lorenzo cuando en 1997, un misionero, Juan Enns, invitó a Nati y Cristina a estudiar y capacitarse en Santa Cruz. Durante su ausencia de la comunidad, otro misionero, José Snyder, decidió que la iglesia necesitaba un edificio más grande. Empezó a comprar ladrillos poco a poco y fueron construyendo cuando había materiales. Cuando volvieron a San Lorenzo de sus estudios, Nati hizo las puertas, ventanas y bancos. Las mujeres de la iglesia se organizaron para levantar fondos para hacer un piso de cemento. Cuando cumplieron la obra, pintaron el nombre “MAPENVIYA” sobre la puerta, lo que significa en el idioma trinitario, “Casa de Dios.”

Después de que se había muerto Esteban, Natividad estaba muy triste y preocupado por el futuro de la iglesia y su liderazgo. Pero con los años él y Cristina fueron testigos a la fidelidad de Dios. Otros llegaron para ayudar y luego se fueron. Los misioneros vinieron y se fueron con los años, cada uno apoyando de alguna manera, pero Natividad y Cristina han sido los únicos constantes a través de la historia de esta pequeña iglesia trinitaria en medio de las pampas benianas. Su constancia también es un testimonio a la fidelidad del Señor y su ejemplo sirve de modelo para las nuevas generaciones que no dejan de migrar y moverse de un lado al otro.

El impacto de su servicio es evidente. Vidas han cambiado. Los creyentes han dejado de emborracharse. Antes había más peleas en la comunidad, especialmente cuando la gente se emborrachaba, pero ahora es mucho menos. Y la perseverancia de esta pareja ha sido un ejemplo para muchas personas en la iglesia en esta región.

Hoy en día existen muchos problemas que amenazan la supervivencia de la iglesia en San Lorenzo y toda la existencia del pueblo trinitario. Lo que necesitamos son más hombres y mujeres como Natividad y Cristina listos para dar su vida para esta comunidad y su transformación por el evangelio.

Otras reflexiones de Natividad sobre la iglesia:

Las necesidades actuales de la iglesia hoy:

La falta de un desarrollo de un nuevo liderazgo que se queda para trabajar aquí. Una de las causas más grandes es el tema de la migración. Vemos la necesidad de invertir en los jóvenes para cultivar nuevo liderazgo, pero nadie se queda aquí. Hace unos años enviamos un grupo de jóvenes de una comunidad cerca de aquí a estudiar en el centro bíblico en Riberalta. Estuvieron 3 o 4 años estudiando y luego volvieron aquí pero no hicieron nada para ayudar la iglesia. Volvieron con conocimiento, pero no lo aplicaron. Tampoco los misioneros de allá les hicieron algún tipo de seguimiento. Hay otros jóvenes aquí que la iglesia apoyó para que vayan a estudiar, pero no tenemos recursos para apoyarles y así probablemente vayan a vivir en la ciudad también. ¿Cómo creamos líderes con un deseo de volver y quedarse aquí?

Un problema relacionada es que los que si quedan aquí están siempre muy dispersos en sus chacos trabajando. No hay una familia que se queda constantemente en el pueblo que podría cuidar la iglesia.

Y hay el problema siempre de ¿cómo sostener a un obrero que trabaja para la iglesia? Los misioneros me ayudaron a mí económicamente y discipulándome. Aun cuando salieron nos quedamos, pero ahora no hay personas con esa visión de quedarse ni apoyo de la iglesia u otro lado para ayudarles.

Otro desafío es que los trinitarios ven a la iglesia como solo un edificio, no como una realidad espiritual más allá del edificio. Tenemos que cambiar nuestra forma de misión para que vean la iglesia como una comunidad espiritual y no solo un lugar de reunión.

     La tierra, la cultura y el idioma trinitario:

Nuestro idioma está muriéndose. Ya casi nadie lo habla. Los misioneros nos ayudaron a traducir las Escrituras al idioma, pero casi nadie la usa. Los misioneros promovían su uso pero ya no están y ahora vienen los pastores y misioneros bolivianos y todos usan materiales en castellano y enseñan en castellano. Nadie usa nuestro idioma en el ministerio actual.

Creo que teníamos una buena cultura. Teníamos nuestros problemas como a adoración de ídolos en las fiestas, la borrachería y otros, pero éramos siempre un pueblo bueno. Otros pueblos vecinos nos vieron como buenos vecinos, no guerreros. Teníamos aspectos muy buenos en nuestra cultura como nuestra forma de casarse, nuestra enseñanza a nuestros hijos. Pero todo se ha perdido. No lo hemos sabido valorar ni en la comunidad ni en la iglesia.

Tampoco es fácil mantener nuestra forma de vida cuando ya no hay nada de tierra disponible. Antes construíamos nuestras casas y hacíamos nuestros chacos donde queríamos y donde nos pareció bien. Pero ya no hay donde sembrar porque llegó gente de afuera diciendo que ahora es su propiedad. Nunca había mucha tierra porque es todo pampa inundable por aquí, pero ahora todo lo que sí hay tiene dueño y no nos permiten usar la tierra. Creo que podríamos ir todos más río arriba, pero sería aislarnos aún más y un trabajo muy difícil. Entre los hermanos de la iglesia intentamos trabajar juntos por un tiempo, limpiando la tierra y sembrando juntos, pero eventualmente todos volvieron a sus chacos individuales. Hay pocos lugares de monte ahora, y todos tienen dueño, son parte de las estancias grandes. Ya no tenemos a dónde ir para sembrar, y eso impulsa más la migración y hace más difícil aun el trabajo de sostenerse para poder servir en la iglesia.