Autor: Carlos Martínez García

Intentaron asesinarla por contravenir el tradicionalismo del pueblo indígena chamula, en Los Altos de Chiapas. El atentado ocurrió el 2 de agosto de 1967, hace cincuenta años, y marcó el desarrollo del protestantismo en la zona.

Desde entonces la vida de Pascuala ha transcurrido en la periferia de los grandes acontecimientos nacionales. En su caso se conjuntan varios factores de la marginalidad: es mujer, pobre, indígena tzotzil y protestante.

En algo queremos contribuir para que la biografía de Pascuala trascienda más allá de la transmisión oral, propia del entorno en el que ella vive.

El investigador más documentado del origen y crecimiento de la Iglesia evangélica chamula, el misionero Alan J. Shreuder, rastrea los inicios del protestantismo en los parajes Joltsemen y Sactzu’ por la evangelización de Xalic Me’chij, Tumin Mats’ y otros.

En mayo de 1966 Rosa López Hernández acude a Tumin Mats’ (ex chamán), converso evangélico, para que sane a su hijo Mateo, por su parte Tumin le propone a ella orar, lo que acepta. Mateo sana y poco después Rosa toma la decisión de convertirse al mensaje que le predica Tumin Mats’.

Junto con Rosa se agregan al naciente núcleo protestante sus hijos Mateo, Abelina, Angelina y Ester. Al regresar el esposo de Rosa de trabajar en las fincas cafetaleras situadas en otra región de Chiapas, en el Soconusco, el panorama que encuentra le disgusta.

Él trata de varias formas que Rosa abandone su nueva fe, pero fracasa en sus reiterados intentos. Rosa López se muestra entusiasta y activa en la difusión de su nueva identidad religiosa, la que transmite a sus hermanas y vecinos. Con el fin de conocer más del cristianismo evangélico Rosa no vacila en retar la organización patriarcal de su paraje, Sactzu’, y “camina hacia San Cristóbal de Las Casas cada sábado, para asistir a las reuniones en la casa de los misioneros Kenneth y Elaine.

Allí se realizan los servicios evangélicos los sábados en la tarde, y otros los domingos en la mañana. Rosa tiene que caminar dos horas para regresar a su paraje el domingo en la tarde”. Por el testimonio de Rosa, su hermana mayor, xTumina, se suma al grupo.1

Al retornar de haber laborado un tiempo en las fincas cafetaleras, a donde va porque es huérfana y debe buscar su propio sustento2, la hermana menor de Rosa, Paxcu’ (Pascuala), también experimenta su propia conversión, lo que sucede en junio de 1966.

En aquel entonces tiene alrededor de 20 años de edad. Por Rosa se entera de las reuniones en San Cristóbal de Las Casas, dirigidas por Miguel Caxlán (o Cashlán), pastor de las células evangélicas que se reunían secretamente en poblados chamulas.

El testimonio de Pascuala López Hernández brinda información importante sobre ella y los primeros protestantes de los parajes:

“Cuando llegué [de trabajar en la finca cafetalera], mi hermana me contó lo que había sucedido con el niño [Mateo]. También me dijo que estaba asistiendo a las reuniones cristianas que se hacían en San Cristóbal, los días domingo.

Por curiosidad decidí acompañarla al lugar donde los evangélicos indígenas se congregaban. Desde el primer día que asistí a la reunión ¡me gustó mucho! El hermano que explicaba la Biblia era Miguel Cashlán originario del paraje Yalhuacash, municipio de San Juan Chamula. Él hablaba el mismo idioma que nosotros, por lo que podíamos entender claramente el mensaje que él impartía. Me gustó tanto el Evangelio que partir de la primera ocasión que lo escuché seguí asistiendo a las reuniones cada domingo, aunque mi paraje estaba a tres horas de camino de la ciudad.

En la iglesia aprendimos que Jesús había muerto en la cruz por nuestros pecados, porque nos amaba mucho. Yo experimenté un cambio en mi vida, sentía que todo lo que me rodeaba era nuevo y veía todas las cosas de diferente manera. Dejé de tomar posh (bebida embriagante) aprendí que no debería tener temor del Ac’chamel (brujo) y dejé de consultar al J’ilol (curandero) porque Jesús podía sanar todas nuestras enfermedades… los sábados el hermano Miguel nos enseñaba a leer y me quedaba en la ciudad para estar en la reunión del domingo”.3

Nosotros amábamos y teníamos confianza en el hermano Miguel [Caxlán]. Nos fue de gran ayuda cuando estuvimos en San Cristóbal. Éramos unos 20 creyentes. Íbamos de noche a las colinas para interceder ante Dios por el pueblo chamula, para que hubiera más creyentes. Él [Caxlán] llevaba su Biblia. Una noche nos conducía a una colina, la siguiente nos llevaba a otra distinta, y luego a otra. El hermano Cashlán casi no dormía. Si nos dormíamos, nos decía: ¡Levántense! Vamos a orar a Dios. ¡Oremos y no durmamos!”4

Un ataque sin precedentes, por la violencia ejercida contra los evangélicos, tiene lugar el 2 de agosto de 1967. Pascuala López Hernández se encontraba en su casa, en el paraje Sactzu’, a cargo de dos de sus hermanos menores (Domingo de diez años, y Dominga de doce), así como de dos sobrinas (Abelina de siete años, y Angelina de cuatro).5

Cerca de la media noche la propiedad es incendiada por indígenas anti evangélicos, que iban encabezados por un hombre llamado Xalic. Paxcu’ se salva porque pudo huir en la oscuridad de la noche y ante la confusión que se desató en el lugar mientras la casa ardía en llamas. Huye para recibir ayuda de otros creyentes y tras una penosa travesía logra llegar a la ciudad coleta. Ella así lo recuerda:

“Como a las cinco de la mañana decidieron llevarme a San Cristóbal cargándome con mecapal; pero no quise que me cargaran y les dije que iría caminando. Caminamos por tres horas. A las 8 de la mañana llegamos a San Cristóbal a la casa del hermano Miguel Caxlán, quien ya vivía en esa ciudad.

Cuando llegamos ya me sentía muy mal, se me había hinchado la cara y casi no podía ver y me seguía saliendo sangre. El hermano Miguel Caxlán me llevó primero al Ministerio Público, para hacer la denuncia porque también estábamos preocupados por los cuatro niños que habían quedado dentro de la casa. En el Ministerio me hicieron muchas preguntas y después de haberme tomado mi declaración me internaron en el hospital, como a las 4 de la tarde. Al revisarme los doctores encontraron que tenía 21 municiones alojadas en mi cara, cuello y brazos.”

Cuando las autoridades judiciales de San Cristóbal de Las Casas, y las tradicionales de Chamula, llegan al lugar del ataque en la mañana del día siguiente son testigos de escenas dantescas:

“Al niño Domingo López de diez años de edad lo encontraron decapitado dentro del baño temascal. Posiblemente trató de esconderse; lo encontraron y allí mismo lo mataron. A la niña Dominga López de doce años la encontraron dentro de la casa, completamente carbonizada. A la niña Abelina de siete años la encontraron en estado de coma; tenía un brazo destrozado a machetazos y otras heridas en diversas partes del cuerpo. La niña Angelina de cuatro años también estaba muy mal herida; tenía partido el cráneo a machetazos y murió al ser trasladada a San Cristóbal.

A la niña Abelina la trasladaron a San Cristóbal por la tarde, pero se recuperó y vive. De los cinco que nos encontrábamos en la casa el día del crimen solamente nos salvamos la niña Abelina y yo. Los asesinos de este genocidio fueron tres; uno estuvo en la cárcel tres años, otro solamente seis meses y el último nunca fue encarcelado.”6

Por la noticia publicada en el periódico Tiempo de San Cristóbal de Las Casas, del 27 de febrero de 1968, conocemos que uno de los participantes en los crímenes, Salvador Gómez Chechej, es liberado días antes del reporte periodístico.

El sistema judicial hace caso omiso al caudal de pruebas presentadas por las sobrevivientes y sus defensores, con ello siembra las primeras semillas de la impunidad que va a florecer en ataques similares en los años siguientes. Bien lo establece Tiempo al reportar que “según personas conocedoras del asunto, Gómez Chechej fue sindicado por las dos víctimas supervivientes de la masacre. Además de otras pruebas que habían en su contra, todo lo cual hacía suponer un ejemplar castigo; pero es el triste caso, que tan horrendos crímenes han quedado impunes.

Se nos ha recordado, que las noticias periodísticas de aquellos días indicaban que las víctimas son personas pobres y humildes y que el señor Gómez Chechej es hombre rico e influyente y la cosa es que actualmente goza de libertad. Bueno, son casos y cosas de la justicia.”

Como Miguel Caxlán ya había experimentado represalias en Chamula por su conversión al cristianismo evangélico, tuvo cuidado de preparar a sus congregantes sobre la posibilidad de que lo mismo les sucediera a ellos y ellas. Así lo recuerda Paxcu’:

“El hermano Miguel nos decía que era posible que la gente de Chamula no nos quisiera por ser evangélicos y que posiblemente se desataría persecución en nuestra contra e intentarían matarnos o hasta quemarnos. También nos enseñó que si Dios no lo permitía, la gente no nos podría hacer daño. A pesar de la advertencia, sentía un gran deseo de contarle a la gente lo que Cristo había hecho en mi vida y siempre que tenía la oportunidad lo hacía sin temor.”

Del testimonio de Paxcu’ se desprenden varias lecciones acerca del trabajo evangelístico y pastoral de Miguel Caxlán. Las reuniones por él dirigidas eran atractivas para los asistentes, de ahí que desearan regresar para participar de los cantos, testimonios y exposición de la Biblia.

La comunión entre los congregantes era parte importante de la liturgia. Los indígenas vieron cómo uno de ellos, y no un “fuereño”, era quien tenía a cargo la predicación bíblica y lo hacía en su propia lengua, en tzotzil.

Para quienes todavía hoy sostienen que la obra evangélica es obra de misioneros blancos y occidentales, testimonios como los de Pascuala, uno de los muchos que podríamos citar (que conocemos por investigaciones propias y de otros), muestran fehacientemente que la expansión protestante entre los indígenas es mayormente resultado del trabajo de creyentes indígenas.

En contraste con lo antes escuchado por los chamulas, La cristología de Miguel Caxlán enfatizaba la causa de la crucifixión y muerte de Jesús, por amor y redención de pecado. Comprender este énfasis es muy importante para explicar la expansión evangélica entre los pueblos indios. La cosmovisión de éstos es animista, con gran dosis de fatalismo.

Para tener el favor de las deidades, es necesario hacer constantes ofrendas de todo tipo. Los seres divinos están permanentemente molestos y enojados, por lo cual hay que llevarles presentes y hacerles fiestas. En esta concepción no tiene lugar la imagen de un Dios que les ama y reconcilia con él. Por lo tanto la predicación que enfatiza la encarnación amorosa de Jesús causó un impacto tremendo en los indio(a)s. Ellos responden lo anterior cuando uno les pregunta sobre las razones de tantas conversiones en unas cuantas décadas.

A la conversión le sigue un cambio de vida, el que experimentó Miguel Caxlán y por lo mismo enseñaba que ese cambio necesario como manifestación externa de seguir a Jesús. Paxcu’ menciona tres áreas de ese cambio:

1) Renunciar al flagelo del alcoholismo (que muchas veces tiene que ver con rituales tradicionalistas)

2) Dejar de sentir temor al dominio del brujo(a), personaje omnipresente en la realidad indígena

3) Confiar en el poder sanador de Jesús, por encima del curandero(a) cuyos servicios son costosos para los indígenas. Los cambios éticos y espirituales van junto con otros logros, como dar herramientas a las personas para que comprendan tanto su nueva fe como estén mejor preparadas para enfrentar la vida cotidiana. De ahí que Miguel Caxlán desarrollara un programa de alfabetización, en el que participaban por igual mujeres y hombres.

Consciente de los costos que podrían pagarse a causa de un contexto sumamente hostil, Miguel Caxlán tuvo el cuidado responsable de dar enseñanza sobre los peligros latentes que rodeaban a los conversos. Es decir, les habló con la verdad, puso ante ellos y ellas un panorama posible pero al mismo tiempo enfatizaba que el Dios en que creían les fortalecería en todas las circunstancias. Las palabras del líder y pastor reconfortaban a la congregación y la animaban a continuar con las tareas de evangelización por parte de cada creyente. En la práctica estaba diciéndoles que la obra era responsabilidad de todos y no solamente de unos cuantos que controlan a los demás.

Años después Pascuala compartió la experiencia vivida en los tiempos de la persecución contra los evangélicos chamulas, que resultó en expulsiones del municipio y la creación de asentamientos de expulsado(a)s:

“A mí me tocó vivir esos años de mucha oposición a nosotros, los evangélicos. Hubo muchísimos hermanos expulsados con violencia. A quien años después sería mi esposo, lo aprehendieron y golpearon. También al hermano Miguel Caxlán, a quien recuerdo con mucho amor, lo persiguieron hasta que lograron raptarlo y lo asesinaron en 1981. Sus asesinos creyeron que matando a nuestro líder la comunidad cristiana evangélica se acabaría. No fue así, pese a tantas persecuciones la Iglesia entre los chamulas siguió creciendo con miles de convertidos.”

El ejemplo de Pascuala López Hernández ha servido a varias generaciones de indígenas chamulas evangélicos para recordar el costo que debieron pagar sus antepasados por seguir “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6). Ella vive en Betania, Teopisca, a no mucha distancia de su poblado de origen. Es activa en la iglesia y sirve con entusiasmo a su comunidad. Siempre está dispuesta a relatar su testimonio, para recordar a sus oyentes que el señor la libró de las manos de sus perseguidores.

A cinco décadas del atentado con el que los caciques chamulas quisieron acallarla, Pascuala López Hernández recibirá un reconocimiento por el ministerio que ha desempeñado entre los indígenas tzotziles y de otras etnias en Chiapas. Tendrá lugar en un teatro de San Cristóbal de Las Casas, antigua capital de Chiapas.

 

1 Alan J. Schreuder, A History of the Rise of the Chamula Church, tesis de maestría, Fuller Theological Seminary, Pasadena, California, 2001, p. 66.

2 Testimonio en Arthur Bonner, “Pascuala’s Story”, We Will not Be Stopped. Evangelical Persecution, Catholicism and Zapatistas in Chiapas, Mexico, s/l, Universal Publishers, 1999, p. 60.

3 “Mártires del siglo XX: Pascuala López Hernández”, en Comunión (la revista de los creyentes), San Cristóbal de Las Casas, número 9, diciembre de 1993, p. 18.

4 Arthur Bonner, op. cit., p. 61.

5 “Mártires del siglo XX: Pascuala López Hernández”, Op. cit, p. 19. Otra fuente sostiene que Domingo tenía doce años, Dominga trece, Abelina cinco y Angelina cuatro: Hugh Steven, Osaron ser diferentes, México, Sociedad Bíblica de México, 2004, p. 82.

6 “Mártires del siglo XX: Pascuala López Hernández”, op. cit., p. 19.

Leer original:  http://protestantedigital.com/magacin/42719/Cincuenta_anos_del_atentado_contra_Pascuala_Lopez_Hernandez_por_ser_evangelica