Por: Sabayu(1), de la nación Wiwa

La colección de libros sagrados que componen la Biblia están hoy por una ardua labor de escribas, copistas y traductores. En nuestros días, las lenguas dominantes no solo poseen la Biblia, sino incalculables formas de registrar y reproducir el texto sagrado. La Biblia también es uno de los libros que más se ha traducido a las comunidades lingüísticas, sin importar la cantidad de hablantes.

Por un lado, llama la atención que detrás de una Biblia traducida en algún idioma, existe un mártir o al menos alguien que no tuvo la plena libertad para realizar su labor de reproducir la Biblia de la lengua sacra a una local, “vulgar”. El sacrificio, en torno a la traducción de un libro, interpone a la idea de que la palabra de Dios visibilizada mediante la tinta es más importante que narrada.

El acceso de la gente común y la traducción de Biblia a una lengua étnica, en su momento, fue necesario para transmitir y empoderar a los más vulnerados por la religión oficial. La labor de los pre-reformadores y el mismo acontecimiento de la reforma protestante con la “sola escritura”, significó un cambio de paradigma que condujo al acceso y la administración de la fe mediante la lectura del texto sagrado en la lengua “vulgar.” Este no implicó para que todos tuvieran la ventaja de leer, pero la ruptura pretendió que la Biblia fuera menos privado. La traducción de la Biblia a la lengua indígena, en algunos casos, tiene ese efecto liberadora.

No obstante, esta herencia de la reforma protestante ha llegado a nosotros (indígenas) sin mayor precaución: las comunidades cristianas evangélicas (étnicas y no indígenas) convalidan la homilía si se hace referencia a la cita de la “Biblioteca.” Es decir, se ha llegado a creer que una experiencia de fe y comunión con Dios solo es posible teniendo los textos impresos. Una vez más, se propone como fundamento que lo escritural es más importante, a tal punto que portar la Biblia físicamente se vuelve el sello de autoridad y autenticidad para lo sagrado.

Ante el progreso de la “sola escritura” y otros hechos relevantes para la permanencia de la misma, no se nos debe olvidar a los traductores indígenas en el contexto de América Latina, a quienes muy poco se les han considerado como responsables de las traducciones a los idiomas indígenas, aunque algunos son mártires por esta labor. A lo largo de la misión cristiana ellos fueron considerados como quienes proveen información para que el misionero haga el trabajo, aunque las relaciones entre traductores indígenas y misioneros extranjeros ha venido cambiando lentamente. En Colombia, desde la ruptura del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) como una agencia de estudios lingüísticos, formación de traductores y de evangelización, en algunas comunidades se ha logrado una autonomía parcial.

En la constante creciente del cristianismo entre los pueblos indígenas se mantienen las dependencias y las normas impuestas desde las bases denominacionales, sobre todo en el uso de la Biblia. Como consecuencia no solo se ven obligados a nutrir su fe desde una lectura externa sino que se le restringe la capacidad de interpretar de acuerdo al pensamiento y las realidades indígenas. En las brechas entre el libro “Biblia”, la oralidad y la actualidad, cada vez las tendencias a la superficialidad se hacen más visibles en la medida que las comunidades adoptan interpretaciones y formas de apropiación hegemónica del misionero o la iglesia de afuera. No disimulan en categorizar sus lecturas como “sanas” y el indígena generalmente es llevado por este pensamiento.

En nuestro continente tenemos muchas historias que contar como indígenas, ya que los procesos de la traducción de la Biblia han sido escritos desde las experiencias de los evangelizadores. También es cierto que se le sigue atribuyendo a la Biblia escrita la máxima autoridad en las comunidades cristianas indígenas, sobre todo en las tendencias pentecostales. La “sola escritura” ha trascendido de tal manera que ha opacado la “sola oralidad.” Ante esta situación, vemos la necesidad de permitir que las comunidades orales hagan sus propias adecuaciones en el uso de la Biblia.

¿Entonces es malo traducir la Biblia para las comunidades indígenas? No se debe catalogar como una labor que trasgrede el pensamiento indígena. De hecho, la oralidad indígena y la Biblia comparten ciertos elementos culturales. En una condición autónoma en cuanto el uso y promoción del texto, es más fácil a que un indígena aprecie los detalles de trasfondo culturales bíblicos y su pensamiento que una persona citadina que esta desligada con las prácticas ancestrales y las diversas formas de adorar a su Creador (2). Lo escrito da estabilidad y longevidad, pero la apropiación y actualización se hace mediante la oralidad.

En los procesos de evangelización hacia las etnias, no se pudo apreciar las ventajas, solo se vio al indígena carente de la “verdad, la escritura y la cultura”. Es por eso que podemos decir que en el proyecto de evangelización, no se pudo evitar incursionar la cultura del misionero (3).

En el contexto de la Sierra Nevada de Santa Marta, la Biblia no es una amenaza como tal. De hecho, los mamos (4) hacen de ella un símbolo religioso. Aunque no sepan leer, poseerlo como un objeto sagrado atribuye un valor espiritual, mientras que al interpretar e imponer la “Biblia” como un depositario del saber universal o para mayor disgusto “la máxima autoridad” y que fuera de ella no se puede creer, ser o saber, choca con el pensar etnocéntrica de los hermanos mayores (kogi, arhuaco y wiwa) (5), sobre todo si al leer se pronuncia en español ya que consideran que la lengua propia es el único medio para religarse con lo divino.

Pero aun así, en el contexto serrano la “sola lectura escrita” se vuelve tolerable en un proceso de socialización con la oralidad ancestral. Todos tenemos una Génesis y la mejor manera de enriquecer es escuchar la historia de otros, pero es más provechoso si lo escrito desaparece y trasciende a lo narrativo. El acto de escuchar, como un intercambio de una sabiduría con otra, nos une en asuntos de la vida, por ejemplo, dialogar de la condición humana mediante símbolos, lenguajes y cosmogonía. Mientras que la “sola escritura,” en algunos casos, se ha vuelto un mecanismo de acaparar la verdad y legitimar mediante la literalidad. En la oralidad, las diversas formas de contar son válidas. Además, el escenario oral no requiere de una institución sino la la asamblea o comunidad constituida. Lo venerable se conversa en la noche, alrededor del fuego, en sitios consagrados y con una narrativa propia que simboliza “sewa,” lo sagrado. Finalmente, cuando la Biblia tiene algo que ofrecer sin imponerse, se convierte en una anciana, portadora de saberes en el diálogo comunitario y alguien digna de ser escuchada.

Conclusión

De las labores poco apreciables en el contexto cristiano está la traducción bíblica, sobre todo si lo hace un indígena. Las Iglesias Latinoamericanas, aunque ven con gratitud “la sola escritura” generalmente, no incluyen la labor de la traducción como un proyecto de un compromiso eclesial. No obstante, la financiación de los proyectos de traducción en gran parte sigue dependiendo de las agencias extranjeras y como miembros de una comunidad de traductores indígenas no nos queda más que estar agradecidos.

Aunque la traducción Bíblica en algunas lenguas indígenas sigue siendo ilegal, cabe resaltar que muchos idiomas se han podido registrar y sobrevivir debido a esta labor ya que a la par se generan materiales de alfabetización. En el caso de los kogi cristianos (6), no solo se quedaron elaborando textos doctrinales sino que sus producciones aportan a un proceso de sostenibilidad y desarrollo comunitario, como los materiales educativos, y así en el proceso generando un grupo significativo de lectores en la lengua kogi. Por lo tanto, el ejercicio de la traducción bíblica se convierte como un horizonte a la actualización y formas de organizarse social, cultural, económica y religiosamente.

A pesar de los aportes y las ventajas que pueden dar los traductores indígenas, sigue existiendo mucha desigualdad entre los traductores nativos y los externos (no indígenas). Algunos equipos de traducción se le brindan poca formación y recurso para desarrollar el proyecto. Por un lado, existe una deuda enorme en vincular la comunidad de traductores indígenas en programas de formación bíblica, traducción y teológica.

La “sola escritura” sigue siendo un desafío en el contexto indígena. La mayoría de comunidades de fe constituye una cosmovisión doctrinal basada en la experiencia evangélica de los no indígenas. La Biblia como “Palabra escrita” sigue siendo un eje que permea y deja atrás las múltiples formas de socializar y experimentar la Palabra en toda su expresión. Debido a esto, la oralidad cada vez pierde más su valor.

Al decir esto, no se propone abandonar el proyecto de la traducción de la Biblia en las lenguas indígenas. Al contrario, lo escrito se hace necesario para sostener la oralidad y una lengua viva. En el caso de los wiwa, la mayoría no hablan la lengua materna (damana), lo cual es lamentable. Esta realidad nos conduce a pensar que los traductores tenemos la responsabilidad de escribir sobre nuestra experiencia de fe cristiana y la oralidad ancestral y promover una Biblia oral y con relatos apropiados (7).

Algunos han confundido que la biblia oral es trasmitir una doctrina, recitar el texto o memorizar fragmentos de la Biblia, esto es apenas una parte. La oralidad indígena, en términos espirituales, consiste en la apropiación de un lenguaje simbólico y contar los valores del Creador de la vida con envoltura literaria, lo cual es propia de una narrativa ancestral. Con esto se busca hacer el texto más dinámico, entretejiendo la Biblia y la oralidad. El mismo Jesús es un narrador de su tiempo que alimentaba sus discursos con los textos que venía a su mente.

Finalmente considero que en el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta, la Biblia traducida a la lengua tiene trascendencia en la medida que se explora una teología acorde al pensamiento serrano. En la Biblia hablamos de profetas como Jeremías, Isaías, Joel, todos ellos hombres. Mientras que en la oralidad Wiwa, quienes advierten el peligro, aconseja y denuncia son las ancianas. La Biblia como una anciana que merece ser escucha es oportuna en el contexto de un discipulado indígena, no como un instrumento de evangelización sino como una posibilidad de socializar las diversas maneras de manifestaciones de Dios y de esta manera estar constantemente en la búsqueda colectiva de propiciar y reflexionar la vida o “el buen vivir”.

Notas
(1) Sabayu, es mi nombre Wiwa. Ismael es un nombre de documentos, para algunos este nombres de papeles es secundario (Ismael Conchacala Gil).

(2) El acompañamiento de un grupo de misioneros menonitas a los indígenas Qom, buscan establecer nuevos horizontes y desafíos en la tarea misional por lo que afirman; “Una de las acciones misionera que más promueve la autogestión religiosa es la traducción de la Biblia en los idiomas nativos de cada pueblo. Poner la Biblia en manos del mismo pueblo en su propia idioma promueve su lectura popular y una interpretación contextualizada”, (Mueller & Paul, 2011, pág. 28)

(3) El misionero de origen sueco entre los Motilones de Colombia, relata su cuestionamiento “Yo me pregunté: ¿es eso lo que Jesús enseñó? ¿Es eso de lo que trata el cristianismo? ¿Qué tiene que ver la cultura estadounidense? En los tiempos bíblicos no había una cultura estadounidense”, (Olso & Lund, 2007, pág. 55)

(4) Líder espiritual, portador de las oralidades, cantos, danzas, e interprete de la cosmogonía wiwa. Es común que los cristianos indígenas lo cataloguen como chaman o brujo, aunque resulte ser ofensivo para ellos. No se consideran como tal, ya que su espiritualidad generalmente es a favor de la vida.

(5) En la Sierra Nevada de Santa Marta los grupos étnicos se denominan como hermanos mayores del resto de la humanidad.

(6) Los kogi (o kogui) son uno de los grupos que más ha resistido cualquier cambio, y más desde que un grupo de cristianos ha decidido organizarse como una comunidad cristiana debido a la oposición que tiene el sector más conservador. La finca kogi cristiana es un territorio donde se han permitido impulsar las diversas formas de ser indígenas en el siglo XXI.

(7) Un teólogo latinoamericano, Néstor Miguez, se destaca con su aporte para una lectura popular y dice:“…el relato bíblico, tanto en el Antiguo y el Nuevo Testamento, tiene en sus orígenes la memoria y transmisión popular, la identificación de los relatos de hoy con los relatos modélicos de la memoria colectiva, con un mayor o menor tiempo de transmisión oral”, (Míguez, 2015, pág. 9)

Referencias Bibliográficas

Míguez, N. (2015). Jesús del Pueblo: Para una cristología narrativa. Buenos Aires: Ediciones la auora.

Mueller, U., & Paul, F. (2011). Misión sin conquista. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Kairos.

Olso, B., & Lund, J. (2007). Bruchko y el milagro de los Motilones. EE.UU: Casa Creación.