Este escrito fue producido fruto de una reflexión sobre el encuentro de Memoria Indígena en la vereda de Ambachico, en Silvia, Cauca, territorio Misak en los Andes del sur de Colombia.
Por Juana Condori Q
“Todos hemos sido plantados en la tierra con el fin de dar frutos, lo más importante es que nuestros frutos permanezcan” (Pagamento*).
Ambachico es el lugar sagrado de comunión, como lo es la vivienda para la familia, como lo es el cuerpo al alimento, como lo es el fogón al fuego. Oportunidad única para recrear comunidad y reafirmar la hermandad, la solidaridad e identidad como semejantes. Aún dentro de un mismo horizonte de vida, nuestras representaciones e imágenes de nuestros particulares mundos pueden sugerir alcances peculiares para todos los que asistimos siendo y haciendo una comunidad. Existe aquí una construcción dinámica de principios y valores compartidos cercanos al consenso y sus variantes matizadas por los caminos y trayectos que nos trazan nuestros propios conflictos y desafíos como pueblos.
En este territorio bienaventurado en el que se nace, se convive y se deja la vida, los caminos de la memoria y el tiempo se entrelazan espacialmente. La formación de la consciencia se afinca encausando la insistencia y reanudación de los ciclos antiguos en circunstancias siempre nuevas y originales. Sus trayectos y memorias quedan plasmados en las espirales de fibra de caña brava de un sombrero tampalkuari trenzado en las manos de los y las especialistas Misak como parte del diseño de un Dios invariablemente creativo. Creador de mirada diligente y transformadora que sigue revelándonos su gran amor con copiosa esperanza en cada pieza de color y forma de nuestros estilos de vida, nuestras voces y palabra indígena.
Esta particular comunidad llena de fe en Ambachico anhela reavivar la memoria de nuestros abuelos y abuelas desde la arista divina de un Dios presente desde siempre. Así, el tiempo y el espacio del Espíritu de un Dios adiestrando a cada morador en este extraordinario rincón del territorio Misak, se instauran y legitiman en la memoria de los presentes. Así, se concibe su vitalidad en la magnitud en el que esta comunidad confraterniza con altruismo, generosidad, unidad y convicción.
Conmovidos todos y todas en la profundidad de las raíces de nuestros orígenes, como parte del proyecto del Creador, disfrutamos en plenitud de ese amor reflejándose en cada recoveco de este territorio refugio. Nuestros orígenes ancestrales de la mano divina del Creador lo tenemos en estima y sus cuidados están plasmados en los caminos de la memoria de los que evocamos esa presencia íntima. Diálogos, reflexiones, cantos y oraciones vigorizan nuestra identidad espiritual y cultural cristiana indígena con la totalidad de la existencia, un piishintopok. Aquí la identidad es un árbol de profundas raíces que se alimentan de la sabia, los nutrientes y la sabiduría de nuestros ancianos y ancianas dados como don del Creador encauzándose a las generaciones venideras.
Este encuentro de pueblos reactualiza y activa la trama de la memoria cuando somos parte de ella y nos reconocemos en ella. Al tomar conciencia de este escenario integrador nos deleitamos narrando, relatando, cantando y escribiendo nuestras propias categorías textuales en las tramas de los hilos de la jigra. En cada testimonio, donde es posible escuchar el bienaventurado namtrik, disfrutamos el producto de esta sabiduría tan antigua como ancestral en las lides por su vigencia. La suma de esta vivencia moldeando la pluralidad de nuestros propósitos y convicciones permanecen firmes como ese árbol de la enseñanza a los frutos anhelando la savia de sus raíces. Para los hijos e hijas de estas tierras la memoria interpela, cual follaje, exige danzar, entonar e insistir en los versos, antes de que el imparable verano llegue y otro ciclo inicie su trayecto.
Nuestro itinerario antiguo, nuestras memorias, la sabiduría de nuestros ancestros, asoman, emergen del olvido, la indiferencia y al poco afecto al que los hemos sometido. Acaso las razones son muchas y hasta justificadas en la escala de nuestras valoraciones actuales, pero existe el ciclo que reclama los brotes después del silencio. Recorrer la memoria nos otorga gracia y nos restituye como lo que somos, pueblos en conformidad y armonía con su Creador quien no olvida su providencia como propósito. La memoria de los acontecimientos a través del cual Dios se empeña y persiste en revelarnos su amor y la conformidad de su labor, faena hecha amor trascendiendo las diversas maneras de pensar, sentir y convivir el espacio, el firmamento…
“La justicia en la vida se refleja en el espacio y territorio de los pueblos indígenas. El río, las lagunas, las montañas son parte de las bondades de Dios y su fidelidad con la humanidad…” (Pagamento)
Un Creador de perdurable fidelidad desde el origen de la vida, desde el germen de la comunidad, de los seres habitando el nupiraw, está presente en Silvia Cauca. El Creador reside este territorio, y camina en él perpetuamente demandando justicia, ecuanimidad y rectitud al calor de su intimidad, silencio y misterio. La comunidad, en Silvia Cauca, de hermanas y hermanos Misak, Wiwa, Aymara, Kiche, Chuj, Kechua, Guna, todos atentos a la memoria que se aviva espacialmente, recorre este territorio sagrado y consagrado.
Nuestras expresiones y manifestaciones como real dádiva de Dios, son un vínculo perfecto de nuestra fraternidad como hermanos y hermanas. Reafirmamos justicia, paz, verdad en medio de la opresión; reconciliación, perdón en medio de la esperanza por un tiempo nuevo. Nuestros pensamientos y sentimientos viviendo la fe son una auténtica configuración de la esperanza que anhela que el evangelio pensado y usado para devaluar nuestras formas y maneras de vivir, sentir y pensar, hoy sean restauradas cual buenas noticias que emanan y renuevan nuestros pueblos, nuestro nupiraw.
Manifestamos rechazo y restauración de los episodios de violencia, del despojo, el saqueo y la depredación. La imagen de Dios mismo reflejado en este prodigioso territorio nos hace un llamado a la reconciliación de nuestras comunidades y la creación, al sosiego y apaciguamiento entre nuestros pueblos vecinos, a la fraternidad de las comunidades del nupiraw mundo donde yacen nuestras memorias y raíces semejantes. Memorias sobre nuestros orígenes, enlaces y conexiones en el proyecto vivificador de Dios en el que la flama del Espíritu crepita dirigiendo, orientado, enseñando y acompañando nuestra pluralidad.
Convocamos fraternidad, solidaridad y generosidad en comunidad reconociendo que nuestro anhelo de justicia, paz y mejores días para nuestros pueblos van de la mano de los hechos que alimentan la armonía y el equilibrio piishintokop de la convivencia cotidiana. En este sentido, en sabiduría y reflexión, nuestra particular manera de sentir y ver la vida como indígenas cristianos nos une con mayor compromiso a nuestras comunidades mayores cuyas raíces se mantienen perdurables en los designios de su Creador, diseñador que desplegó colores, formas, aromas y sentimientos en la totalidad del mundo.
Los orígenes tan distantes como actuales se movilizan dentro de una alianza divina que rescata, redime y absuelve. Las raíces, basados en el diseño de un Dios creador de diferentes pueblos y estilos de vida, abrazan territorios, dan voces en múltiples lenguas, disfruta sensaciones y propósitos bajo sus propios términos. Palabra y tiempo nuestro liberándonos de las categorías externas que se nos imponen y laboran ofuscando nuestros procesos inherentes y legítimos en la gestión de la comunión con el Creador.
“Es un encuentro de Pueblos para cumplir una misión que Dios nos encomendó”. (Pagamento)
Nuestras miradas despliegan asombro por las imágenes, hechuras y formatos que agudizan la curiosidad. Hora tras hora, día a día exteriorizamos nuestro deseo de conocer más sobre los atributos culturales: Los secretos de la sal negra de nuestros hermanos maya; el llamativo trompo Misak y su desplazamiento cíclico; los enigmas y significados de nuestros vestidos; nuestras singulares y polisémicas lenguas que nos faculta y posibilita el conocimiento y la toma de conciencia desde nuestros excepcionales mundos territoriales y espirituales. El prodigio, el milagro de lo nuevo, lo insólito y lo desconocido.
Hermanos y hermanas con visiones y sentires de mundos muy particulares estamos reunidos. Nuestras memorias de vivencias semejantes revalidan el valor de nuestro coloquio. Las relaciones recíprocas entre los humanos, los símbolos del territorio departiendo, los círculos humanos de la fe, los alimentos que solicitan atención, todas ellas conflagran y adquieren sentido, se hacen aceptables, eficaces y útiles en la convivencia diaria. Las voces alrededor configuran la plenitud del aprendizaje y abrazan el pacto excepcional del amor y la hospitalidad.
La diversidad de las lenguas hace presencia revelando con certeza su unidad con el territorio. Los sonidos emergen tan familiares a los ríos en su descenso por las montañas, a las rocas crepitando en las planicies, a las hojas meciéndose al viento, al brillo del sol incontenible… evidenciando parentesco y orígenes remotos. Fuentes y procedencias que exhalan susurros y música vitalizados por la intimidad espiritual que infunde el territorio Misak cual escenario de aprendizaje único y gratificante.
Los mensajes, portadores de vivencias de otras latitudes ocupan y se establecen en este bienaventurado lugar. Aserciones, en el evento, dan crédito y certidumbre de esta elaboración reflexiva en las voces de Ismael, Elías y Benita. Escuchar testimonios y manifiestos de sabidurías tan vigentes como evocadoras infunde savia fresca y auténtica a la memoria de las luchas, angustias, resistencia, acuerdos y conciliaciones de nuestros pueblos Wiwa, Guna, Chuj, Kiche, Aymara, Misak y Kechua congregados. El mover del Espíritu de Dios en estas vidas inspira e infunde fortaleza a la palabra que invita a la unidad, la solidaridad, la generosidad… Las revelaciones a manera de confesiones profundas abordan: los nexos vitales con nuestros pueblos y sus clamores; los territorios sagrados y sus lamentos; la trascendencia de los sentimientos y pensamientos éticos a la hora de replantear nuestro horizonte como pueblos de Dios en el Abya Yala.
“Yo siendo Misak, cuando participé en el museo de la Casa Payán, entendí que nuestros ancestros tuvieron un gran respeto por el territorio sagrado. Entiendo que la iglesia debe ir promoviendo ese respeto”. (Pagamento)
La memoria como el programa integrador entre el territorio y la humanidad Misak, Guna, Wiwa, Kechua, Chuj, Kiche, es completa fusión y amalgama. Un recorrido cual fundamento del curso y sucesión de conciencia que nos habla del pactado respeto y cuidado mutuo de nuestros ancestros en y por el territorio sagrado. Concepción de custodia y resguardo que estamos seguros deberían guiar a la iglesia de hoy al anuncio del amparo y defensa de la creación.
El corazón, la mente y el mundo de la fe fraterna de los reunidos se suman a este insondable agradecimiento al Creador. El matiz de este paisaje único acopla y empalma ríos, lagunas, montañas, viento y páramo cual voces que se suman a la reunión de lo humano. En ella los evangélicos indígenas compartimos y recordamos un pacto de moradores aferrándose a los inicios de la vida y su autor. De la manera más sencilla y simple nos enlazamos a los senderos, a las piedras, a las plantas, a las criaturas del espacio, a las lluvias de estación, a la brisa que se anuncia desde las montañas…
El recuerdo y la añoranza hacen morada en el sentir y pensar de propios y extraños sentados sobre aquella calmosa chiva en su recorrido por la empinada guambiana. Este territorio de altas montañas reactiva la memoria de generaciones, con ella se emplazan los relatos pasados de los más genuinos hasta los más concretos de la cotidianidad. La memoria misma tomando cuerpo en imágenes, representaciones, reproducciones y modelos de vida que yacen enseñados por los ancianos y ancianas y muchas otras reveladas en la casa Payan Misak.
El fogón como origen y principio de la instrucción de las generaciones Misak tiene las ascuas que aleccionan y revelan discernimientos y perspicacia. Axioma y proverbio de los otros planos de la cotidianidad vinculada a los alimentos tanto materiales como espirituales. Espacios gestados que favorecen, impulsan y avivan el fuego del saber y el decir. Emisiones bienaventuradas de nuestras maneras de hacer, sentir y ver los mundos de una manera más íntima e incondicional rodeados del calor emanando afecto, debate y objeción.
Los modos de entender el mundo centrado en la memoria del saber, el hacer y el decir son la columna y el soporte de muchas de nuestras reflexiones, intenciones y empeños colectivos. Testimonios y conocimientos que se transmiten de generación en generación, condensados en la sabiduría de los pueblos al que Dios a través de su Espíritu enseña e instruye en el fogón. Palabras que cual brasas crepitantes se asientan, imprimen y reflejan en sendos relatos, tejidos, bordados, cerámica, cantos y danzas. Aquí nuestras memorias con propósitos de pervivencia inquieren por los recursos y herramientas para custodiarlas. Recorren nuestros contextos para acabar de entenderlas y grabarlas en hilos, colores, sonidos y movimientos. Exigen todos nuestros sentidos, sentimientos y compromiso para resguardarlas.
El memorable encuentro de pueblos trenzando la identidad, el territorio y la memoria, desafía una vez más las convicciones propias a la emancipación de los sentidos. Las réplicas a modo de contestaciones encubiertas son un mensaje vivo de los semblantes que proyectan los viajantes en el trayecto. Miradas meditativas en dirección al territorio elegido y fecundo, a las venas de los ríos bifurcándose, a las montañas protegidas por la aromática vegetación, a los cultivos satisfacción de sus labradores… Diálogos en medio que nos sugieren nuevamente encauzar con fascinación los sentidos al espacio que nos rodea, valuando todo su cobijo y los frutos aromáticos que nutren y sustentan.
La vigilante creatividad enseña acerca de un árbol especial que da frutos. La vitalidad de su relato recorre las raíces mismas de aquel frondoso y árbol, razón y fundamento de lo que somos. Tal árbol cual guía didáctica desafía toda inventiva e intuición de los pueblos presentes en la analogía de la vida. Todos conformamos un árbol fuerte, es el preludio; todos cual árboles de frutos tenemos el desafío de permanecer fijos en las raíces, es el acuerdo; un árbol que da frutos sostiene la vida, seamos ese árbol de frutos que alimenta a la comunidad, es la esperanza; los frutos son de gran estima, en ella se siente el mover de Dios, es el desenlace. La aproximación a este exuberante árbol, al consejo y sabiduría de su narrador, obra arduamente rescatando, redimiendo y regenerando las tramas del telar de nuestros horizontes a uno sagrado, un territorio manto en el que se refleja la plenitud de las manos de su Hacedor.
La belleza incomparable del territorio Misak como don de Dios nos restituye al wam, el diálogo y escucha de las montañas, las lagunas, los ríos, las aves, las flores, los cultivos y el Creador de todo eso… allí tan cerca de la morada de nuestros pueblos. Las añoranzas de la infancia, los caminos de lucha, el cuidado y la generosidad de un territorio entrelazados a la fe es una invitación a la restauración de la memoria que se constituyen en ese camino, en esa vida que peregrina los páramos donde están grabadas las pisadas y los rastros de un maestro longevo, disfrutando esparcir la palabra en las montañas, las orillas del mar y los caminos de las aldeas.
Este encuentro en medio de las montañas, afirma nuestra responsabilidad como comunidades en la renovación de nuestras formas de vida correspondientes a la producción de la memoria, al crecimiento de la fe, y a la lucha de nuestros pueblos (Perú, Guatemala, Colombia, Bolivia, Panamá, Estados Unidos). Replantea y reconsidera el papel de la iglesia cristiana indígena en la justicia, la comunión y la reconciliación en cada contexto territorial. La urgencia se plantea y entabla en esta instancia de comunión sin precedentes en la que se participa y anuncia las buenas nuevas del reino en pluralidad de lenguas, cual marco de justicia divina que proclama el bienestar común como misión inaugural.
“Gracias a Dios por la belleza de este pueblo, su riqueza histórica. Mi corazón se regocijaba mientras caminaba y observaba las montañas, el río y las casas”. (Pagamento)
*Pagamento puede ser una palabra sin sentido para algunos y para otros puede tener diferentes connotaciones. En nuestro encuentro hicimos una dinámica que llamamos “pagamento” tomado de la práctica del pueblo wiwa de dejar un buen pensamiento como ofrenda al lugar que uno visita. En nuestro caso, periódicamente durante el taller pedimos a todos los y las participantes dejar escrito algún pensamiento o reflexión sobre lo que están pensando y/o sintiendo en esos momentos.