Berta Granado, de la etnia chimila, es una de las participantes de los Grupos de Diálogo, conformado por; wiwa, kogui, arhuaco, yukpa, wayuu y chimila. Ella durante las reuniones nos recuerda diciendo; “mis antepasados pensaban que tener contacto con otros grupos indígenas era el inicio del fin del mundo, pero ahora en Jesús disfruto conociendo a cada uno de mis hermanos”. La integración tiene múltiples objetivos, pues va más allá de ir a un territorio desconocido para algunos integrantes, sino es una invitación a construir un tejido, reconociendo nuestra identidad indígena en el seguimiento de Jesús para disfrutar de la riqueza y la sabiduría del otro. También es una oportunidad para indagar el desafío de ser iglesia indígena en las tensiones entre la cultura y la fe cristiana. Aun así, en los tres encuentros ya realizados en los territorios wiwa, wayuu y yukpa, no deja de ser asombroso y gratificante porque las integraciones representan el reino de Dios, donde toda lengua y nación puedan convivir en paz en la presencia del Creador, bajo un mismo espíritu y con la guía de Jesús.
Nuestros antepasados nos han enseñado a tener un profundo valor por nuestra identidad indígena, pero muchas veces las relaciones hacia los demás no siempre han sido sanas, pues solemos desprestigiar y generar estigma. De esta manera ningún indígena nos escapamos de discriminar a otros pueblos. Nos ha hecho falta relacionarnos con otras comunidades, reconocer otras historias de origen y visiones sobre el territorio y sobre todo, otras formas de definir el ser indígena. Los yukpa son poco conocidos por los pueblos que habitamos en la zona norte. Incluso para los sʉntalu (palabra en la lengua wiwa, dʉmʉna, para los colonos o personas no wiwa) quienes piensan que en el norte de Colombia solo están los Wayuu y los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero lo cierto es que en otra Sierra se encuentran los yukpa de quienes ni siquiera nos hemos molestado por preguntarnos por sus luchas, su territorio y su lengua.
Entrar a sus tierras nos quita esa visión nublada. Nos permite entender que nuestras vidas son semejantes y comenzar a sentir que como indígena siempre hemos tenido el fin del mundo pisándonos los talones. Basta mirar desde la planicie cuesta arriba donde cada montaña, los escasos bosques virgen comienza contarnos la historia de los yukpa. Al subir la parte alta, las faldas de las montañas te cuentan sobre las ocupaciones de las mejores tierras por los guatila (colonos en lengua yukpa).
Luego de cruzar veredas que están cercanas a las carreteras, tierras que ya no pertenecen a los yukpa, pues son para los privilegiados bunachi (colonos en la lengua arhuaca) para llegar a la parte más profunda del territorio yukpa. A simple vista pareciera una convivencia justa, equitativa y pacífica. Pero pronto íbamos dándonos cuenta, al igual que en cualquier territorio indígena, que los guacha (colonos en la lengua ette-chimila) están allí porque les conviene la mano de obra indígena. También son proveedores de telas (para fabricar vestidos indígenas), utensilios, víveres, tragos, y sobre todo están allí, porque sus antepasados fueron engañados por los ahora dueños para quitarles la tierra. El intercambio injusto del oro por el espejo, se repitió en este territorio cuando los zhaldi (colonos en la lengua kogui) comenzaron a ocupar y desplazar a los yukpa, quienes habitaban desde los valles. Ellos obtuvieron las tierras intercambiando con cualquier herramienta como el hacha. Otras veces esas tierras fueron usurpadas usando la violencia, desplazándolos a las partes más altas.
En la actualidad el panorama no es distinto. Las disputas del territorio yukpa siguen en pie con la minería, la ganadería extensiva y el monocultivo. Haber sido ocupadas sus mejores tierras por los guatila hizo que muchos yukpas sigan sin tierra, hasta a algunos incluso les han tocado ir a las ciudades y pueblos a vivir en las calles.
Han dicho los abuelos que siempre nos han tratado como perros hambrientos, nos tiran cualquier hueso para que nos peleemos. En la colonización fue el espejo, luego cualquier pedazo de metal, ahora favores políticos y económicos nos han puesto en conflicto entre nosotros. Actualmente lo que está dominando y debilitando a los pueblos indígenas es la incursión de un sistema económico y político donde se puede vender el territorio, la identidad y la dignidad poniendo en riesgo la autonomía y nuestra permanencia.
En medio de todo esto, el cristianismo ha venido surgiendo como una comunidad que busca replantear la permanencia en el territorio y establecer unas relaciones más justas con los arijuna (colonos en wayuunaiki), para seguir compartiendo la tierra con los campesinos sin generar violencia, con la esperanza de que muchos se sensibilicen y vendan las tierras a sus legítimos dueños como una forma de devolución y que los gobiernos sean conscientes de esta realidad. No se trata de estigmatizar a los indígenas diciendo que poseen muchas tierras, cuando mayormente son reservas y otras donde las montañas son pendientes que no se puede cultivar, ni son posibles habitar en ellas. Para los yukpa ser cristiano también significa pensar en el bienestar de la siguiente generación donde quieren dejar tierras a los hijos y estar unidos en el seguimiento de Jesús y su espíritu, que los entienden en sus necesidades y lucha. Sin duda, la iglesia es un alivio a tantos males pues por lo menos en ella se sueña una tierra prometida en el seno del Creador, “Allí llantos no habrá, ni tristezas ni dolor,” como recita un viejo himno que cantamos en varias lenguas.
Desde un principio no dejaron de causar incomodidad los cristianos Yukpa en la organización indígena, pero rápidamente fueron promoviendo otras costumbres que han sido favorables para el territorio y el bienestar común, como el abandono de los vicios, por ejemplo, gastar la economía familiar en alcohol (que desde luego esos negocios son puesto por los guatilas). El abandono de la poligamia y el robo son males que se le resiste desde la fe cristiana. Por el contrario, buscan establecer hogares estables como prácticas que contribuyen a la vida.
También durante este encuentro fue relevante hablar de prácticas culturales que hemos olvidado en el seno del cristianismo como la preservación de las semillas, cultivos y formas de alimentación. En consecuencia, nuestras comunidades han sufrido desnutrición, pues poco a poco nos han convencido del monocultivo de productos para el mercado, reemplazando las siembras indígenas y dejándonos dependientes de alimentos importados. Estas reflexiones y prácticas hacen parte de dar testimonio de los cristianos indígenas, voces que también inspiran a las iglesias urbanas.
Algunos yukpa han optado por una vida sedentaria, sembrando comida, cultivando café y lulo. La Iglesia nuevamente termina siendo un organismo que les permite reunirse, estar al tanto de sus hermanos. Las actividades de la iglesia fomentan valores y el espacio mismo se vuelve un lugar que preserva la lengua, al hacer cantos y usar las traducciones en su idioma. Se encuentran prácticas como la generosidad y la fraternidad en el cristianismo yukpa. El pastor como líder de la comunidad de fe, es una figura donde los miembros depositan su confianza puesto que afirman que hace lo que un líder político no hace: ir a visitar a cada familia y asistir a donde lo requieran. No goza de un salario pues todo lo que hace es para la obra de Dios y para la extensión de su reino.
Hoy las costumbres violentas han sido reemplazadas por invitaciones a la iglesia, las alabanzas y las oraciones a Dios. Las flechas están siendo usadas para cazar animales y no para la venganza.
La visita a los yukpa nos ubica en sus luchas, en sus sueños, en la urgencia de seguir pensando en un Dios con rostro indígena y seguir sirviendo a otros hermanos que parecen estar viviendo el fin del mundo o un infierno en la tierra.
Encontrarnos como pueblo indígena nos permite sentirnos como hermanos y un deseo profundo de seguir acompañándonos, dialogando en medio de la diferencia. Nos hace sentir en un ambiente donde nos educamos compartiendo nuestras palabras, sin pretender solucionar los problemas de los demás sino simplemente compartiendo nuestro testimonio.
Las casas hechas de láminas y paredes en lonas plásticas, las basuras y el comercio injusto que vivenciamos quedan marcadas en nuestras vidas, para nunca olvidar. Por ello creemos que la fe en Jesús sigue abriendo lazos de comunión y sanidad-salvación.