Por: Jocabed Solano, directora ejecutiva de Memoria Indígena, y Drew Jennings-Grisham

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Una aproximación desde Memoria Indígena al informe «Estado de la Gran Comisión» del movimiento de Lausana desde una perspectiva indígena

Esta reflexión tiene el propósito de aportar a los diálogos que se están generando en parte de la iglesia evangélica global por el Congreso de Lausana IV a realizarse en Incheon en septiembre de 2024. Además, tiene la intención de traer algunas voces indígenas y no indígenas, para juntos pensar y trabajar en, con y desde las comunidades indígenas con un servicio fiel a Jesús desde el amor, la compasión y una vida plena y de justicia para toda la creación. Nuestro aporte viene del caminar de nuestra comunidad de práctica entre los pueblos indígenas y otros, en medio de nuestras propias ambigüedades y tensiones y la mezcla de influencias en nuestras vidas y contextos. Este texto representa una invitación a caminar en diálogo y aprendizaje mutuo; reconociendo que no estamos exentos como humanos de cometer errores, pero sí tenemos que ser conscientes de las expresiones de dominación sobre los Pueblos Indígenas para no repetir y en algunos casos perpetuarlas.

Aproximación desde una perspectiva indígena

Las iglesias indígenas en el mundo representan un número significativo de seguidores de Jesús. Esto nos lleva a levantar varias preguntas importantes cuando pensamos en el estado y la participación de la Iglesia Indígena actual en la vida de la iglesia global. Sugerimos algunas preguntas que nos permitan hacer un breve análisis:

  • ¿Cómo ha sido la participación de la Iglesia Indígena en la vida y misión de la Iglesia Global?
  • ¿Ha podido la Iglesia Indígena contribuir y aportar de manera visible como cuerpo de Cristo en la Iglesia global y el cuidado de la creación?
  • ¿Cuáles son algunas brechas que encontramos en la misión global que podemos señalar desde la historia y la vida de los Pueblos Indígenas y de la Iglesia Indígena?

En Abya Yala[1] (en América Latina y El Caribe), podemos reconocer el auge del crecimiento de las iglesias indígenas, tanto en los territorios indígenas como en las ciudades, donde viven miles de hermanos y hermanas indígenas quienes se han movilizado o han sido desplazados por las realidades sociales, políticas, climáticas e históricas que viven. Estos factores son determinantes cuando hacemos una relectura de la Iglesia Indígena. Pues la iglesia es parte de la sociedad y de la creación misma y la vida de los seguidores de Jesús está insertada en las realidades y territorios que cohabitan.

Históricamente se dice que los Pueblos Indígenas fueron evangelizados en la época de la invasión europea por quienes cometieron genocidio; este es uno de los rostros en la memoria histórica de los Pueblos Indígenas de Abya Yala. Otro rostro de la misión es que en la misma época de la invasión hubo quienes se opusieron a la esclavitud, al maltrato, al derramamiento de sangre de los Pueblos Indígenas. Sin embargo, para cientos de Pueblos Indígenas, la espada y la cruz fue y sigue siendo signo de muerte. Como seguidores de Jesús debemos reconocer que es lamentable este imaginario de la misión y de ser iglesia.

Pasando las épocas, hubo otras propuestas de misiones, algunas con un carácter misional más cercano al corazón de Jesús, desde la iglesia protestante y la católica. Desde las voces proféticas del evangelio de Jesús y de hermanas y hermanos que han vivido la fe desde su compromiso con la justicia reconocemos que la sanidad del cuerpo de Cristo requiere de una gran dosis de humildad para escuchar con valentía y ver nuestros propios errores, para caminar en una búsqueda continua de arrepentimiento y reparación hacia los Pueblos Indígenas y hacia la Iglesia Indígena.

Una perspectiva indígena de Abya Yala puede iluminar algunos puntos ciegos en el discurso de misiones del Movimiento de Lausana y su informe sobre la “Gran Comisión” que se está usando para este cuarto congreso mundial. Cuando buscamos delinear o definir algo como misión, gran comisión, o iglesia, siempre tenemos que preguntarnos qué está incluido y qué está excluido y por qué. En este caso, queremos brevemente abordar dos lagunas en el informe de Lausana que a los pueblos indígenas nos parecen esenciales para encaminarnos como comunidad de fe mundial hacia la restauración y reconciliación de todas las cosas en Jesús. Esperamos que lo que presentamos nos permita abrir el diálogo para que podamos seguir profundizando.

Primero, existe una falta de reconocimiento de la memoria histórica colonial y de las colonialidades de poder de la iglesia y misión que todavía se reproducen en las misiones evangélicas hoy.[2] La iglesia necesita reconocer que la mayoría de los supuestos “no alcanzados” en el mundo en realidad son pueblos que han rechazado a la iglesia por su violencia (religiosa, epistémica, racista, imperial, genocida, etc.) en su encuentro con estos pueblos. Es necesario estar atentos a las estructuras de poder que existen en la iglesia y en los modelos dominantes de ciertas misiones mundiales y cómo estas determinan las narrativas y modos de entender el mundo, y cuáles relaciones tienen prioridad. Estas narrativas reflejan y dan forma en muchas ocasiones a las maneras en que nos relacionamos unos con otros y con la creación. Sin reconocer estas relaciones de poder y sus historias, el empuje de Lausana para la acción colaborativa corre el peligro de seguir replicando una misión colonizadora.

La otra brecha que reconocemos es sobre el tema del cuidado de la creación. En realidad no podemos re-imaginar una misión que reconcilia a los pueblos indígenas y no indígenas si no reconocemos que la reconciliación con la tierra tiene una relación íntimamente interdependiente con la reconciliación humana. El cuidado de la creación debe ser transversal en todo Lausana y todo diálogo sobre la misión, no solamente un tema aparte entre varios. La justicia en la sociedad humana no es posible sin relaciones justas con toda la creación. Es decir que es necesario profundizar en las prácticas, en la teología que vive la fe desde una relación de cuidado de la creación, desde una mirada de la reconciliación cósmica, a la cual estamos llamados como iglesia, siendo parte de la obra reconciliadora de Jesús. De esta visión de la reconciliación cósmica podemos ser un testimonio de fe que es potenciada por el carácter de una misión que vive recordando que la vida plena debe permear todas las cosas, como expresa esta frase potente que señalan los Pueblos Indígenas: Todas las relaciones son importantes. Por lo tanto, toda acción misional de la iglesia que trata de demostrar y proclamar el amor y perdón de Jesús pero que no se preocupa por el bienestar integral de toda la comunidad de la creación es a lo mejor un evangelio parcial y, a lo peor, refuerza y reproduce relaciones injustas y colonialidades dentro y fuera de la iglesia.

Algunos observarán que en el informe de Lausana sobre la gran comisión sí hay un tema completo sobre la emergencia climática y el cuidado de la creación. También pueden observar que hay en este informe de Lausana un reconocimiento de los cambios demográficos en la iglesia y las misiones mundiales, incluso un llamado para “misiones policéntricas” y colaboración en una iglesia muy diversa. Pero tenemos que tener cuidado que estos espacios no sean simplemente una estrategia de contención que busca incluir ciertas voces sin afectar las lógicas y relaciones de poder en el movimiento misionero evangélico. No es suficiente simplemente hacer espacio en la iglesia dominante y su discurso misionero para voces y conocimientos indígenas (y de otros pueblos marginados), sino que hace falta que este espacio sea reconfigurado por estas voces y conocimientos indígenas.

Para dar un ejemplo, estas brechas en el informe de Lausana sobre la gran comisión nos ayudan a mirar la realidad actual de las colonialidades que hoy día se van disfrazando cuando, en los proyectos de misiones que realizamos en las comunidades indígenas, decimos que son para bien de la comunidad pero al fondo tienen que ver más con los proyectos que sustentan una economía capitalista y mercantilista de la misión, lo cual muchas veces crea divisiones en la comunidad y la iglesia local y no lleva a una colaboración sana. La brecha del poder económico sin reconocer y trabajar la riqueza del valor de la reciprocidad que vemos en los Pueblos Indígenas y en las narrativas de la Biblia (como en la carta a los Efesios), no nos permite reimaginar relaciones justas que cultivan vida plena entre toda la iglesia mundial y hacia toda la comunidad de la creación. Esta brecha, por ejemplo, puede ser derribada por el imaginario de ser una iglesia en la que el cuerpo de Cristo es cuerpo con diversidad y se trabaja con reciprocidad. Las barreras que plantea toda hegemonía de dominio de poder sobre el otro se derriban cuando trabajamos de una manera que crea espacio para otras voces y permitimos que estas voces y perspectivas transformen el espacio donde actuamos, incluyendo nuestras relaciones económicas, políticas, sociales, y culturales.

Si nuestro compromiso con el evangelio de Jesús es compartir las buenas nuevas, entonces necesitamos reconocer estas brechas con urgencia y peregrinar en un arrepentimiento que nos permita colaborar desde el camino de la humildad y del reconocimiento de estas realidades presentes ayer y hoy, dando un espacio privilegiado a las voces de las personas y comunidades más afectadas. Este camino de sanidad se da cuando nos sentamos a escuchar, dialogar, conocer y reconocer este dominio de poder presente en sistemas que a veces se camuflan pero que otras veces claramente están perpetuando violencias impuestas de “hacer misión” que no son la verdadera misión de la iglesia. Jesús nos llamó a compartir la buena nueva del evangelio desde el poder del amor y no desde el poder del dominio.

Caminar junto con los Pueblos Indígenas y las iglesias indígenas nos abre y nos acerca a un camino donde las brechas de la misión se achican, por el poder del Espíritu que está actuando en el cuerpo de Cristo que es su iglesia, y nos libera del dominio sobre el otro, pues el evangelio de Jesús nos lleva a reconocernos en el otro. Desde estas observaciones, entonces, subrayamos que los Pueblos Indígenas ofrecen a la iglesia global estas perspectivas, entre otras:

  1. Las comunidades e iglesias indígenas ofrecen una visión holística de la comunidad en lo que respecta a las relaciones. En marcado contraste con los modos de vida modernos y capitalistas que permean el cristianismo actual, fuertemente impregnados de utilitarismo, individualismo, consumismo, patriarcado y competitividad caníbal, las comunidades indígenas ofrecen modelos de economías de solidaridad, reciprocidad y complementariedad. Pensemos en el tejido de la mola del pueblo gunadule.[3] La mola consta de varias capas e hilos, cada uno de los cuales es necesario para crear un diseño integrado y hermoso. Por lo tanto, se requiere mutualidad y complementariedad para crear la mola. De la misma manera, la Iglesia de Jesús necesita vivir profundamente este valor de la mutualidad, caminando de manera unida y complementaria para revelar la belleza y el poder del evangelio.
  2. Las iglesias indígenas comprenden las diferentes culturas no desde una perspectiva colonial, sino más bien desde un lugar de convivencia y coexistencia, reconociendo y valorando la pluralidad y diversidad por lo que cada uno ofrece al bienestar mutuo, tal como el evangelio nos llama a hacer: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hay varón ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Debemos realinear nuestras vidas en conjunto, dejando de moldear nuestra fe y las relaciones resultantes en torno a una lógica colonial. La iglesia o comunidad indígena no es, por lo tanto, solo un espacio para servir, sino que modela lecciones preciosas de las que la iglesia global puede obtener enormes beneficios.[4]

 Nuestra oración es que en medio de nuestro caminar podamos seguir tejiendo y colaborando, soñando con Dios y los Pueblos Indígenas una Iglesia Indígena que viva la fe en Jesús fertilizada por los buenos valores que viven en sus comunidades, y que desde sus tejidos, reflexiones, pensares y sentires, sus aportes sean abrazados por la Iglesia global para aprender de las virtudes de los Pueblos Indígenas y vivir la potencia del evangelio desde una propuesta de ecclesia pluricultural y llena de coloridos, como es el cuerpo de Cristo.

 

[1]  Abya Yala es el nombre como el pueblo gunadule reconoce en su idioma al continente de América. En el idioma del dulegaya (Gunadule), significa tierra madura, tierra vital, tierra de sangre.

[2] Mientras cada pueblo y comunidad tienen sus historias y relatos de su historia, el mundo occidental ha creado jerarquías de conocimiento que privilegian ciertas historias sobre otras. Las colonialidades son marcos teóricos sociales que han sido acuñados desde un análisis de compresión para referirse a la lógica cultural de dominación que subyace en las prácticas sociales contemporáneas. Las memorias históricas de los pueblos indígenas en relación a su encuentro con el mundo occidental colonial, incluyendo a la iglesia, nos pueden ayudar a tejer una nueva memoria común que toma en serio las experiencias de los que quedaron fuera de la historia “oficial.”

[3] Mola es una forma de comunicación, también un arte textil que realiza la mujer Gunadule y que manifiesta su manera de entender su cosmovivencia y cosmovisión.

[4] Estos dos puntos fueron publicados anteriormente por Jocabed  R Solano Miselis  en https://grahamjosephhill.com/jocabed-english-2/