Por Benita  Simon Mendoza
Maya Cakchiquel

Recuerdo algunas caminatas que de niña tuve junto a mi abuelita, aunque no siempre nos gustaba, ella nos llevaba al campo a visitar sus terrenitos con milpa– la planta de donde obtenemos el maíz con el que se preparan las tortillas que son base de nuestra alimentación. Cuando estábamos en el campo o en el monte como decíamos, ella siempre oraba a Dios. Siempre encomendaba a Dios sus cosechas, oraba pidiendo que la lluvia fuera suficiente, por el vigor de las plantas y agradecía por tener un pedacito para cultivar su maíz y frijol. 

Ella nunca heredó tierra por parte de sus padres. A decir verdad, ni siquiera sé si sus padres tuvieron tierra. Mi abuelita tenía pedacitos de tierra para el maíz, pedacitos de tierra con bosques de los que podía sacar leña sin explotación, y también tenía algunos animales que criaba en casa. Todo lo trabajó solita después de que mi abuelito fue secuestrado en la guerra y genocidio de los pueblos indígenas en Guatemala. Eso fue antes de que yo naciera y mis tíos no hablan mucho al respecto, pues supongo que aún hay recuerdos que lastiman el corazón. 

Mi abuelita era una incansable trabajadora, pero incansable por necesidad. Y una excelente administradora de los recursos limitados que tenían. Pero en realidad aunque tenía pedacitos de tierra eso sólo alcanzaba para el alimento necesario, y ella sin haber pisado en su infancia un solo día la escuela quería que sus hijos estudiaran y para esto no alcanzaba. Entonces tocaba trabajar triple jornada, como muchas otras mujeres de mi pueblo. 

Ella era bilingüe, pero bilingüe también por necesidad, pues es que además le tocaba ir de pueblo en pueblo vendiendo. Yo la recuerdo en los mercados vendiendo hilo para tejer los güipiles, pero dicen que antes de mis recuerdos incluso se ponía el canasto en la cabeza y caminaba hasta otros pueblos vendiendo jabones o cualquier otro producto que pudiera. 

¡Aaahhh! El gobierno se llevó a mi abuelo porque lo consideraban amenaza por ser líder comunitario. No sabían que sobre la espalda y entre los perrajes desgastados de mi abuelita, germinaban otras milpas del maíz de esperanza, milpas y frijoles que fueron regadas con las gotas del sudor de la frente de esa mujer que nunca dejó de orar y cantar con gozo a su Señor en gratitud por la tierra que le permitía cultivar.

Trato de imaginar lo que habría pensado y sentido Moisés cuando cinco hermanas apelaron a un derecho que no era considerado suyo. Como gobernante con las leyes tan claras, ¿qué lo habrá movido a considerar una posibilidad distinta como para consultarle a Dios sobre la situación de estas mujeres? Es que se supone que estaba claro que ellas no podían heredar la tierra de su padre. Es hermoso que siendo Moisés el encargado de hacer cumplir la ley de ese tiempo, haya sido sensible a recibir de Dios una enseñanza de justicia para las mujeres por sobre las leyes establecidas.       

Y qué decir de estas hermanas, 5 mujeres que con tremendo valor apelaron a lo que consideraban justo para no quedar desamparadas luego de la muerte de su papá. Ese acto de valor desafiante a las costumbres y leyes establecidas, fue un enorme parte aguas en el Antiguo Testamento sobre el derecho de las mujeres, en la distribución de herencia, cambió la manera de percibir la dignidad que como mujeres tenían a través de tener un poco de tierra para cultivar. 

Pero para mí, lo más asombroso es la respuesta de Dios, no sólo le dice a Moisés que cumpla, sino afirma que la petición de estas mujeres es justa. ¡Qué maravilla! Dios consideró que la necesidad de vida digna para las mujeres a través de la tenencia de la tierra y su cuidado era algo justo, que debía ser cumplido por parte de las autoridades. 

Yo por ser universitaria, tengo muchos privilegios en comparación a muchas hermanas. Porque en Guatemala y muy seguramente al igual que en otras regiones de Abya Yala, muchas mujeres todavía son tratadas con menos privilegios. Pero las mujeres indígenas, muchas mujeres indígenas en una sociedad carente de valores del Reino, ni siquiera son tratadas como personas. 

No nos miran a los ojos pero no es que no quieran vernos, es que cuando la aspiración es simplemente no ser lo que somos, en la mente de muchos ni siquiera existimos, y lo digo en plural porque en el Señor todas también somos una.