Por: Juana L. Condori Q. 

Convivir y aprender de nuestros testimonios; el respeto y aceptación de nuestros discursos; la lógica de pensamiento particular de cada uno y los sentimientos vertidos; me han brindado la oportunidad única de repensar lo que me deja la comunión Memoria Indígena y NAIITS en Panamá en 6 nudos importantes desde mi perspectiva:

1.  Fortalecimiento de una mancomunidad solidaria de organizaciones indígenas y no indígenas que reafirmen los conocimientos y las espiritualidades indígenas.

El tema de la cultura y la identidad de los pueblos nativos y autóctonos siempre ha motivado deliberaciones y cuestionamientos. Tanto las misiones pastorales como el liderazgo de las iglesias cristianas han asumido como principal preocupación la inclinación de nuestras comunidades a los ritos de fertilidad y de curación en temas de la salud física y espiritual, sin tomar en cuenta que el tema cruza otras áreas de la vida social en comunidad, las maneras de conservar la memoria, la visión, el sentimiento, el conocimiento relacionados con el medio y la naturaleza. Este recelo, cautela y suspicacia en relación a nuestras comunidades indígenas y su paradigma de vida impiden una franca apertura en la comunión y abrazo de la matriz indígena en su plenitud.

Las iglesias cristianas evangélicas de presencia indígenas han capitalizado para sí lo indígena en el plano que concierne a sus valores, mismas que han hecho del Abya Yala un campo fértil para el evangelio: humildad, solidaridad, generosidad, profunda sensibilidad espiritual, sentimiento de espera de un tiempo mejor… Se advierte a lo largo de la historia un mundo indígena con mayor acogida al evangelio impartido, frente a la mirada teológica eurocéntrica (que permea nuestras iglesias) que siempre ha desconfiado del mundo indígena bajo la supuesta idea del medieval de que las religiones nativas son idólatras y esta idea ha quedado fija en la mente de los liderazgos poco comprometidos con nuestra realidad.

Por las razones dadas, el trabajo unificado, entre las comunidades indígenas amigas y entidades fundadas para su servicio, se hace urgente en el intento de replantear nuestras vivencias e historias desde nuestras propias perspectivas. Se debe entretejer de manera connatural la fraternidad ejerciendo las formas y modelos de vida de nuestras comunidades incorporando firmemente su sentido de solidaridad, colectividad, reciprocidad, generosidad en nuestras relaciones de amistad y hermandad.

La mesa común del diálogo como forma natural de expresión se hace vital y sustancial, pues es el emplazamiento más apropiado para exponer afinidades, contradicciones y controversias, confrontando caracteres, sentimientos, ideas y afectos en el telar de las propuestas y las necesidades que como colectivo experimentamos.

2.  Fortalecimiento de la comunidad Memoria Indígena

Memoria indígena al conformarse en una comunidad de apoyo mutuo en la tarea de recuperar nuestra historia a partir de esas variadas formas de pensar y reconstruirla, precisa sumar y constituir a sus miembros en una comunión integral, que considere sus tareas, anhelos, perspectivas y sueños, procurando reflexionar con profundidad las realidades concretas por las que atraviesan cada una de las comunidades indígenas cristianas con las que mantenemos comunicación.

Memoria Indígena, comunidad de creyentes indígenas, requiere que el trabajo del equipo Memoria Indígena se enlace en una activa relación con sus comunidades de origen y comunidades eclesiales. Sus componentes se nutren de manera comprometida de sus comunidades indígenas y sus particularidades en la experiencia de Dios. Este punto necesita ser puesto en relevancia, pues será elemental como testimonio de que la mano de Dios obra en medio de la diversidad e identidades de nuestros pueblos y que tanto la memoria de nuestros pueblos como el logro simultáneo de sus fundamentos bíblicos son un resultado que camina con firmeza y responsabilidad.

Memoria Indígena, colectivo que intenta desafiar y enriquecer la iglesia, debe ahondar la reflexión y consideración de temas de las realidades nacionales, los conflictos políticos, los movimientos sociales y culturales, pues tienen que ver con la realidad de los oprimidos y excluidos, realidad en la que una gran mayoría indígena (entre ellos los indígenas evangélicos) se encuentra y vive su cotidianidad. En estos espacios, el sufrimiento y el dolor parecen validarse cuando se interioriza la noción de que la recompensa no se encuentra en este mundo. En muchos casos, desafortunadamente, se intuye y asocia el origen de los mismos a los pecados y desobediencia de los pueblos. Tal consideración entumece la sensibilidad a los niveles de opresión, discriminación, exclusión y enajenación que sufren las comunidades indígenas a lo largo y ancho del Abya Yala.

Memoria Indígena debe promover las relaciones solidarias y de reciprocidad entre los miembros y todos los participantes de los distintos encuentros y diálogos sostenidos. Definitivamente debe fomentar la construcción de espacios que otorguen la posibilidad de visibilizar complementariedad de equipo y amigos y paralelamente la de nuestras comunidades madre. La mirada de solidaridad es altamente fructífero, en tanto que la verticalidad y el aislamiento profundizan una especie de recolonización y junto a ella un evangelio impuesto con un nuevo ropaje.

Memoria Indígena cuenta con una comunidad de componentes que anhelan sumar conocimiento, sabiduría, saberes, tenacidad y trabajo en la vitalización de sus comunidades eclesiales indígenas. Se hace imprescindible para Memoria indígena que lo mencionado se deba reconocer y validar por medio de la praxis en todas las instancias de la vida de las iglesias y comunidades indígenas. Los deseos de formación académica y toda su realidad se tienen que desarrollar para que la sabiduría que permanece en nuestros pueblos sea la que en primera instancia permee y oriente el accionar de nuestra tarea en Memoria Indígena.

Memoria Indígena, como grupo de trabajo que se propone revalorar y mantener las prácticas culturales que promueven un mundo lleno de vida, el ser humano como parte de ella y los valores del reino de Dios, debe bregar en la conciliación y el respeto mutuo de nuestras vidas con la madre tierra, la creación, nuestros territorios que son el origen de nuestro sustento. Al tratar las memorias de nuestros pueblos, no debe olvidarse que esas memorias están talladas en nuestros territorios, espacios en los que cada rincón recrea nuestro paradigma de vida. Al asumirlo, mientras vamos creciendo como grupo, estaremos mejor cimentados en los valores profundos de nuestras comunidades madre y los tesoros invaluables que deposita Jesús el Cristo en nuestras vidas.

3.  Diligencia en la atención de iniciativas propias de las comunidades iglesia en los temas locales.

La comunidad Memoria Indígena, debe esforzarse en hacer impacto en medio de los indígenas cristianos (evangélicos) que creen que la única manera de ser aceptos delante de Dios es siguiendo el ejemplo de los misioneros o pastores, es decir asumiendo la cultura del predicador o mensajero como el oficial para estar delante de Dios. Ser apoyo en esas instancias donde los miembros indígenas de las iglesias evangélicas se esfuerzan por interpretar las enseñanzas vertidas (literales) detrás del púlpito y a la vez por mantener la fe desde sus preceptos culturales. Memoria debe sostener una escucha atenta y las manos diligentes.

En nuestras iglesias evangélicas de rostro indígena, el liderazgo por estrategia acaba siendo reducida y excluyente. Los cargos están siempre en manos de miembros de vida urbana, la problemática es que el pastor o líder de estilo de vida urbana siempre emite juicios de valor desde su perspectiva urbana des-legitimando muchos de los usos locales ya sea el concepto del tiempo, la alimentación, el cuidado de la salud. Este es un llamado, a Memoria Indígena, para ampliar el imaginario del espacio del mundo indígena, no siempre el indígena está asociado a lo rural, el indígena cabalga cotidianamente entre lo urbano y lo rural, y otros tantos ya forman parte plena de lo urbano. Que unos se sientan más indígenas que otros, o que otros no les interese reconocerse como tal es otro ámbito complejo a considerar mientras vamos entretejiendo la urdimbre de nuestra historia. Memoria Indígena debe agudizar la vista para leer la realidad del territorio y todo lo que acontece en él, integrando sus transiciones.

La multiplicidad de misiones y su plataforma doctrinario vertical, a pesar de sus logros positivos con las clases desfavorecidas, han aportado en la fragmentación y a la marcada diferenciación entre indígenas cristianos, hecho que nos ha imposibilitado en pensarnos con cierta autonomía colectiva desde nuestra identidad indígena y labrar la solidaridad y la complementariedad entre nosotros. Este evento ha tenido impacto sobre las comunidades indígenas madres donde nos encontramos y como resultado han arrojado un debilitamiento en relación a la confraternidad entre nosotros y con ella un pobre aporte al fortalecimiento de nuestra identidad. En este terreno, Memoria Indígena debe ser los pies del puente que acompañen el recorrido de nuestras comunidades camino a ese anhelado reencuentro entre indígenas cristianos.

Memoria Indígena completará su caminar cuando las iglesias evangélicas con rostro indígena tengan una apertura real entre ellas, siendo incluyentes, colectivas y solidarias como es la matriz de la cultura de sus miembros, entonces se reducirían las desconfianzas que han provocado en muchas comunidades madres. La tarea en la que deberá colaborar Memoria Indígena será en la de reconstruir el equilibrio y el diálogo entre hermanos evangélicos indígenas y sus comunidades madres.

En relación a las comunidades, Memoria Indígena debe habituarse al ejercicio de los valores socioculturales y afectivos de nuestras comunidades. El individualismo ha penetrado fuertemente nuestras comunidades, y el tener una iglesia cristiana indígena solidaria, generosa, recíproca, hospitalaria de acogimiento espiritual y material predicará más que decenas de sermones del amor de Dios y su propósito con nuestros pueblos. En ese sentido Memoria Indígena atesora y propone la réplica de tales manifestaciones sociales y de convivencia cuando hace presencia en todos los espacios.

4.  Consolidación de una plataforma Memoria Indígena de formación teológica y pastoral

En el pasado y en el presente la tarea teológica y pastoral, en medio de las comunidades nativas, está permeado por conceptos lineales eurocéntricos, se evade la riqueza de las raíces ancestrales, pues acorde al dogma, nuestra historia y creencias son un sinónimo de retroceso y el pasado acaba siendo sinónimo de pecado y desobediencia en el proceso de conversión. Como consecuencia se asume que retomar a las raíces culturales (particularmente nuestras creencias) implica dar la espalda al Señor de la salvación. La carga occidental de los seminarios de formación teológica pastoral y de liderazgo, exclusivamente urbana, hace que lo indígena se vea como incivilizado, primitivo, atrasado y finalmente idólatra, con pocas excepciones.

En estas circunstancias los agentes pastorales y misioneros locales encaran la experiencia de Dios de los pueblos indígenas evangélicos con muy poco compromiso, amor y solidaridad en relación a sus comunidades madres y territorios. Muchos cristianos con rostros indígenas niegan abiertamente su identidad, su historia, asumen que ya no practican las costumbres y tradiciones, que por lo tanto ya no son indígenas, y dejan finalmente de identificarse con las luchas de sus pueblos.

La consolidación de una teología con base epistemológica (perspectiva externa) fragmentaria, produjo y reprodujo la actual manera de pensar que tienen nuestras iglesias cristianas acerca de la fe indígena como idólatra y de doble ánimo. Con ella se han profundizado y ampliado la sumisión de nuestras experiencias espirituales, conocimiento y sabiduría a otra mayor que la ignora y la empobrece.

El aporte de Memoria Indígena es transformar estas estructuras, implementar casas o familias de enseñanza frente a las tradicionales en su pedagogía y teología (seminarios, institutos, universidades). Estas familias de enseñanza enfatizan la cultura, la lengua, la vivencia, la esencia y la profundidad espiritual de los estudiantes de origen indígena y no indígena. En estas casas se impulsa que los estudiantes o aprendices piensen, sientan, hablen, organicen y plasmen sus ideas lejos de la corriente dominante y hegemónica. Rompamos la idea de que si nuestras vivencias de Dios y nuestros pensamientos no van respaldados por teorías teológicas (ajenas a nuestra realidad) serán difícilmente valorados por la comunidad académica. Las ideas y reglas patentes del academicismo occidental incide impunemente sobre la autoestima de los estudiantes y esto no condice para nada con el evangelio de Jesús que acoge de corazón a los negados, despreciados y marginados de los sistemas sociales, culturales y económicos.

La propuesta de las teologías del Abya Yala pueden ser el inicio o el modelo preliminar para reconstruir la enseñanza y el aprendizaje en comunidad sin destruir nuestras matrices indígenas. El desafío para Memoria Indígena es cómo constituirlas, incorporarlas y reafirmarlas como vitales y valiosos en medio de nuestros sistemas de educación cristiana, comprendiendo que la vivencia plena de Dios con rostro indígena es un auténtico e innegable aporte al evangelio.

5.  Urgencia de material de apoyo en la enseñanza y aprendizaje de nuestros saberes, rescatándolo de lo convencional e inspirando el uso de nuestras lenguas nativas en trabajos de la comunidad de Memoria Indígena.

La ideología de una teología dominante se reproduce en los seminarios, talleres, escuelas dominicales y a la vez estos toman parte del trabajo pastoral en las comunidades indígenas de provincias en la lengua castellana, sub-ordinando la lengua materna al uso privado. La presencia de la formación pastoral en lengua materna y primera es inexistente, así como en muchos casos los materiales de estudio en lengua nativa. A pesar de contar con un liderazgo de rostro indígena que aún habla su lengua, existe muy poco interés en profundizar en su escritura y la elaboración de materiales. En este sentido Memoria indígena sería una real fuente de luz en el tema.

Las enseñanzas de nuestras iglesias evangélicas indígenas se enfocan en la ruptura de lo material (terreno y mundano) y el espiritual (celestial y divino), esa razón ha llevado a muchos indígenas migrantes establecidos en zonas periurbanas de la ciudad a olvidar y desestimar la posibilidad de seguir trabajando y pensando en los cuidados espirituales del territorio. Por tanto, Memoria indígena tenderá el puente compromiso con las iglesias cristianas indígenas en medios urbanos.

Memoria Indígena no escatimará esfuerzos para que las comunidades indígenas apostadas en las urbes y las provincias narren, relaten, testimonien sus caminos, cristalizados en documentos y acciones que legitimen sus formas de convivencia y manifestaciones de fe.

6.  Reconocer el aporte de los testimonios e investigación locales en torno a nuestras realidades indígenas

El ser partes de la comunidad Memoria Indígena, significa diálogo sincero y honesto entre pueblos, naciones, visiones de vida, generaciones, etc. Hermanos y hermanas han caminado y tenemos mucho que aprender y tener como preciado de ellos. El trayecto es largo y en ella es fundamental sumar esfuerzos en humildad y solidaridad.